Valentín Pimstein, padre de la telenovela rosa (la estética del ensueño)

valentin pimstein bn

Precursor de la Fábrica de Sueños

El ensueño, esa etapa transitoria entre la vigilia y el sueño, abre el espacio narrativo donde, en enseñanza del psicoanálisis, comienza a liberarse lo inconsciente. El ensueño es, como han dicho Jean Jacques Rousseau y Gastón Bachelard, el lugar privilegiado para la fantasía contemplativa y, en semejante entramado semántico, de pronto cobra sentido la autodenominación con la que Televisa ha anunciado y vendido —hasta el día de hoy, 2019— al público nacional e internacional: “Fábrica de Sueños”. En ese tenor, la extensa labor del chileno Valentín Pimstein Weiner (1925-2017) es clave y fundamento.

Valentín Pimstein es, de acuerdo con distintos autores e investigadores del género, y, muy especialmente, en conformidad con una multitud de trabajadores en el medio (reconocidos actores, actrices y creativos), el “padre de la telenovela rosa”, el verdadero —aunque no reconocido— Señor Telenovela. Fue la simpatía de Raúl Velasco hacia Ernesto Alonso lo que le arrebató el título pero los datos estadísticos, la memoria colectiva y el legado de más de 90 telenovelas —la mayoría éxitos— avalan su título.

En la historia de la televisión mexicana Telesistema Mexicano (TSM) se posiciona como líder monopólico (si cabe la redundancia) en medio de la consolidación de la telenovela en el gusto del público, particularmente la llamada “rosa” o “cenicientesca” (en alusión al cuento folclórico y a la adaptación de Walt Disney), a su vez heredera de las novelas de folletín, las radionovelas cubanas y las películas hollywoodenses, de acuerdo con Tere Vale, a quien debemos la osada aventura de escribir la biografía de Pimstein (Valentín Pimstein. Una vida de telenovela, México, Porrúa, 2016).

En ese libro encontramos una breve exploración a los años mozos de Valentín, quien, a la par de nueve hermanos, aprendió a trabajar para vivir con una máxima puesta en práctica desde el negocio familiar de la vidriería, pasando por el pilotaje, y que llegaría hasta su estilo particular de producir telenovelas en retahíla (cual fábrica industrial): más es menos o, dicho de otra manera, con menos, más. Con menos (presupuesto, complicaciones argumentales, locaciones en exterior), más (más capítulos, más rating, más telenovelas).

Valentín llegó a México en 1952 con el sueño de hacer cine mexicano (del que era fanático, como lo era su madre). Comenzó vendiendo aparatos electrónicos por las casas y hasta fue ayudante de Tony Aguilar. Pero no fue el encuentro con el también judío Gregorio Wallerstein (el magnate de las películas, zar del cine mexicano) lo que marcaría su carrera profesional sino el que tuvo con Emilio Azcárraga Milmo, el junior apurado por probar a su padre y a sí mismo que era capaz de sacar adelante y superar los retos de una televisora naciente y en expansión.

La amistad que trabaron Emilio y Valentín, dentro de la continuamente tensa relación de poder en lo laboral, los llevó a establecer las relaciones estratégicas, es decir a trabajar en equipo y reunir a los profesionales (escritores, directores, elencos) para, en alianza con los patrocinadores en turno, crear (sin divisar los efectos que tendría) el fenómeno llamado telenovela. Por eso Gutierritos (versión 1958) y María Isabel (1966), las dos producidas por Valentín, forman parte de la historia oficial y obligada para cualquier investigador del tema. No obstante, al “estilo de Pimstein” aún le faltaba desarrollarse, y tendría suficientes décadas y éxitos para ello, sin perder el sentido práctico y económico aprendido durante su juventud y que le exigirían las circunstancias. Precisamente ese “producir barato”, con cartón (¡y cartón entrañable en decenas de títulos inolvidables!), fue lo que caracterizó su quehacer en televisión; a diferencia de otras producciones simultáneas, sobre todo las de Alonso, el otro productor importante y veterano en la empresa, quien se inclinó por grabar en locaciones y trazar otras rutas artísticas para el género (adaptación de clásicos literarios y producción de telenovelas históricas). Pero las consentidas del público mexicano y, como documenta Vale, del público “mundial”, fueron las telenovelas rosas que inician en México oficialmente con María Isabel protagonizada por Silvia Derbez y llegan a su punto culminante en 1987 y 1992. La historia cenicientesca redunda en la muchacha pobre (quien prototípicamente suele ser de tez blanca, como ha aseverado Luis Reyes de la Maza) que se enamora del rico y reconduce, invariablemente, a un happy ending.

Esa fue la política en la forma y el contenido que siguió Pimstein, bajo la exigencia moral de “soñar con un mundo mejor” y “mandar a dormir tranquilo al público”, con algunas ampliaciones y diversificaciones (vale la pena nombrar Vivir un Poco, 1985), sí, pero cuyas producciones más exitosas tuvieron más de similar que de diferente (incluido, por supuesto, el equipo con el que trabajó: mención en especial al escritor venezolano Carlos Romero, quien adaptó muchas historias de la cubana Inés Rodena para la televisión). Pimstein era supersticioso y a la vez sensible al gusto del teleauditorio (incluso fue él un precursor de los estudios de mercado), de ahí la febril imaginación en código recurrente, simplificado (Angelitos Negros comienza con una muñequita negra pedaleando sobre una bicicleta; Mamá Campanita inicia con la imagen de una campana dorada; Rosa Salvaje es, eso, sin más, una rosa roja).

Sobresalen también las escenas con tomas de ubicación (acercamiento veloz a las mansiones de los ricos, a los barrios de los pobres, a la escuela, etc.), las cabelleras teñidas por tintes rubios (los hijos de Colorina: José Miguel, Danilo y Armando) y, desde luego, el vestuario idéntico (las hermanas Linares en Rosa Salvaje y madre-hija Del Olmo en María Mercedes). Pimstein tenía predilección por los sonidos tristes pero armónicos —habría que identificar en cuántas producciones usó y reutilizó la música instrumental del compositor argentino Bebu Silvetti—; temas con tonos suaves; actrices de otras latitudes a quienes integraba en sus elencos —por ejemplo, la española Inés Morales—; trajes sastres y faldas largas; la obsesión con el color pastel en la indumentaria (Chispita, Carrusel, La Pícara Soñadora…) y la utilería; finalmente, la prevalencia de rostros bellos, angelicales y dulces en las protagonistas femeninas, Cenicientas de la época pre-HD (imperativo con el que coincidía plenamente con Azcárraga). Por eso resulta tan paradigmática Los Ricos También Lloran (1979) que, sin ser la telenovela más exitosa (en el INRA, ocupa el lugar número 28, con 45.5 puntos de promedio), es de las más reconocidas y famosas en México y el mundo, especialmente en Rusia y Europa del Este: porque se produjo con poco presupuesto, porque la historia es sencilla y se amplía sobre la marcha (gracias al quite de Romero sobre la adaptación de María Zarattini) mientras está al aire (cosa que pasó muy seguido; por ejemplo en Mundo de Juguete), y porque “Mariana Villareal” —el personaje tornado ícono mundial, con el carisma tremendo de una jovencísima Verónica Castro— es fundamental para ir narrando la trama y abriendo mercados. Fuera de la protagonista, para Pimstein lo importante eran los personajes y la resolución del conflicto. Por eso las actrices protagonistas formadas por Valentín son célebres mundialmente. Aunque no las eligió él a todas, es sabido que las cuidaba y las cultivaba en roles secundarios antes de lanzarlas como protagonistas.

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La llegada de Pimstein a la vicepresidencia de telenovelas en 1994 anuncia su salida de Televisa en 1997 pues en el puesto gerencial no tuvo la incidencia ni la participación directas que tenía otrora como productor, aunado a los conflictos personales que lo llevaron a renunciar. Si bien la carrera del productor no terminó ahí, sí descendió su actividad intensa como hombre en constante intercambio con el exterior. El ex productor siguió trabajando como asesor para otras televisoras durante los siguientes años en los que alternó residencia entre España, Chile y Estados Unidos hasta el día de su muerte.

El libro de Tere Vale tiende a exponer a Valentín más como un héroe, una especie de un self-made man, que como un creativo interdependiente y en interacción con las circunstancias gubernamentales, políticas y sociales (innegable resulta el conservadurismo sexual de sus historias, por ejemplo). Aunque la biografía también recalca aspectos importantes, entre ellos las recurrencias estéticas al interior de las historias de sufrimiento y reencuentro, el melodrama televisado triunfa con esa sorprendentemente clara y reconfortante división entre el bien y el mal.

Encuentro especialmente relevante el conocimiento sensible del gusto del público guiado por la curiosidad y la inquietud propias del genio práctico que, sin duda, él era. Su análisis del gusto del público fue pieza clave (el doblete léxico de llave) para la creación de la fantasía-ensueño y apertura del inconsciente del mexicano sigloveintesco. En aquel entonces el ensueño generado por Canal 2 era ese brote manado desde las más profundas fantasías en color rosa pastel, los momentos previos al sueño —en horario estelar, ni más ni menos— tras una extenuante jornada laboral, propia de las condiciones de explotación capitalista y desigualdad social (toda la tinta ya vertida en contra de Televisa y su “televisión para clase modesta muy jodida”).

Por último, considero que la aportación más significativa de la biografía escrita por Tere Vale es la variedad de voces recogidas e integradas en los 12 capítulos que comprende. Casi todas coincidentes. Sí, abundan los halagos, particularmente por parte de los aprendices en quienes “dejó escuela”: Nicandro Díaz, Pablo Martínez de Velasco y Salvador Mejía. También los hay de decenas de actrices y actores agradecidos con él, algunos emitiendo elogios fundados, otros excesivos. En cualquier caso, quedan los datos históricos y los materiales videográficos para constatar su legado: el éxito del género, la telenovela rosa, con su evolución y en su vigencia. Personalmente, tras recorrer todos los testimonios, hallé las palabras de su hijo Víctor, en el lenguaje literario con el que le expresa admiración a Valentín, torrente de libretos y lecturas en el recuerdo penumbroso, las más honestas y amorosas de todo el libro.

5 Comentarios

  1. Angel Adm dice:

    Una corrección, Valentín Pimstein no produjo «Senda Prohibida», si así aparece en el libro, hay un error. El encargado de la producción en vivo (porque así eran hechas) fue Jesús Gómez Obregón.

  2. Pablo A. Barrera dice:

    Tienes razón, Angel. Senda Prohibida (1958) fue producida por Jesús Gómez Obregón. Fue un detalle que di por cierto y se me pasó; veré si se puede editar el artículo. Gracias.

  3. Anonimo. dice:

    Valentín Pimstein fue siempre una plaga para industria telenovelera mexicana y lo unico bueno de Azcarraga Jean fue expulsar a Pimsten de Televisa.
    Pero desgraciadamente la gente que sustituyo a Pimstein era el doble de peor y nefasto que Pimstein.

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